Todo estudiante es conocedor del sacrificio que supone en ciertos momentos tener que ponerse delante de los libros y dar lo mejor de uno mismo.
A unos les costará más arrancar y a otros menos; sea cada uno como sea, lo cierto y verdad que estudiar no queda otra que hacerlo, con más o menos agrado, con más o menos fortaleza; con más o menos «espíritu», pero es lo que hay.
Si el estudiante posee un mínimo de capacidad de sacrificio estudiará y lo hará de la mejor forma que considere; sin embargo, si se carece de ese sacrificio aparecerá posiblemente un gran peligro para su desarrollo académico.
Ese peligro tiene un nombre propio «apatía», que representa la desmotivación por el estudio, el aburrimiento de tener que estudiar, la pereza, y en definitiva no tener un mínimo de interés en actuar como debe hacerlo cualquier estudiante que tenga un cierto grado de responsabilidad de su deber.
Pero ¿qué hacer los que siendo familiares o profesionales son conocedores de dicha carencia de sacrificio?, para responder a esta pregunta debemos plantearnos qué no hacer, y lo que no se debe hacer nunca es dar al estudiante por perdido. Todo lo contrario, hay que lograr llegar hasta él, motivarle, hacerle razonar desde el cariño qué será de su vida si sigue así, lo que puede ser su realidad futura y lo que así mismo con el paso de los años se puede demandar. Debe por contra hacerle ver que vale y mucho, y que si quiere puede sorprenderse de hasta dónde llegar.
Es necesario que si la apatía aparece, los padres o el mismo estudiante se ponga en contacto con psicólogos colegiados expertos en técnicas de estudio, merece la pena y mucho….porque aunque la apatía se haga presente, ésta no es insuperable, todo lo contrario se supera y con creces!.