Si a cualquier buen estudiante se le preguntara en qué consiste la tarea de estudiar, lo más probable es que dijera «saberse bien las cosas para aprobar el examen», «conseguir una buena nota media». Es obvio que el estudiante sería conocedor que sólo podría llegar a ello con un buen proceso de estudio.
Ese buen proceso de estudio estaría condicionado por variables como, una adecuada comprensión y subrayado del texto, el empleo de técnicas de síntesis eficaces, o la utilización de estrategias de memorización adaptadas a su persona.
Sin embargo, en ocasiones se le escapa que dichas variables necesitan de un sustento, una base que potencie lo anterior y se constituya en el impulso y la coherencia de su verdadero saber estudiar.
Nos referimos al valor primordial que tienen la motivación y la planificación en el proceso de estudio.
Un estudio sin motivación se transforma en un estudio forzado, donde la apatía, el aburrimiento, o la propia distracción pueden hacer estragos en la adquisición de los conocimientos. Sin embargo, cuando el estudiante encuentra su propia motivación traduce su estudio en algo activo, vivo, despierto, que le hace sacar y dar lo mejor de sí durante su tiempo de estudio.
La otra base, la planificación, aporta la coherencia, el sentido común, la tranquilidad de tenerlo todo controlado. Sin una planificación adecuada el estudio queda en peligro, y el estudiante avanza sólo por la intuición de lo que debe hacer, lo que suele llevar al fracaso. Es necesario pues hacer una planificación objetiva y eficaz, pero sobre todo adaptada a la realidad del propio estudiante.
El conocer y poner en funcionamiento estas bases es por tanto clave en todo Método de Estudio. La enseñanza de las mismas y por supuesto del resto de variables integradas en el proceso de estudio es algo que debe ser transmitido y bien enseñado por psicólogos profesionales dedicados a la enseñanza de las técnicas de estudio.